Esta semana comenté en Biblioblog y promocioné en Documenea la publicación de la primera edición en español de la obra de Gabriel Naudé Advis pour dresser une bibliotèque, que es para muchos de nosotros -y mientras no se demuestre lo contrario- el primer manual de biblioteconomía. Eso sí, un manual al estilo de la época (1627), siguiendo las pautas del género epistolar y añadiendo un canon literario de lo que una biblioteca de calidad debería contener. La novedad de esta obra fue que sus «consejos» estaban planteados desde una perspectiva eminentemente profesional, dando prioridad a las técnicas de organización de bibliotecas. Hay que felicitar a la editorial asturiana KRK por la iniciativa, tanto por haber realizado la primera versión en castellano, como por haberlo hecho con una edición crítica de cuidada presentación y enriquecedores contenidos complementarios. Fue una sorpresa encontrarme con la edición en español en una librería, por casualidad, así que la compré y ya está junto a las de su género, porque, lo reconozco públicamente, colecciono obras sobre organización de bibliotecas. Hace un tiempo que me di a la arqueología bibliotecaria y ahí sigo. Poco a poco, voy reuniendo textos sobre bibliotecas que ya están descatalogados, especialmente los editados en España. Comprar en librerías de lance es cada vez es más sencillo, desde casa, con la tarjeta en la mano. De hecho, de eso quería hablar en esta garabuya, de cómo compré la edición original de la obra de Naudé; bueno, tampoco la original, sino una de las ediciones posteriores que se hicieron de su manual de organización de bibliotecas. Cada cierto tiempo, intento localizar obras en librerías de viejo, en los varios servicios de este tipo que existen en Internet. En una de estas ocasiones, hace algunos años, me encontré con una edición del «Advis» que incluso me pareció pagable. Así que, de clic en clic llegué a la librería que me iba a dar la satisfacción de tener mi ejemplar de Naudé. Casualmente, la librería estaba en un pueblecito francés, en la región del Loira. Y justo ese verano iba a recorrer la zona. Así que pensé que sería mucho más emocionante ir a buscar directamente mi libro. Imaginé la visita sin pensarlo. Seguro que la librería sería un lugar oscuro, repleto de libros y de tesoros impresos buscando quien los adoptara. Seguro que el librero sería un anciano con un guardapolvos de color plomo, para el que cada título vendido es un hijo que se va. Seguro que el libro estaría encuadernado con detalles minúsculos, repleto de notas manuscritas de algún bibliotecario amante de su oficio y con una dedicatoria en la que se adivinara una historia de amor tempestuoso. Seguro que cuando estuviera ante la obra el corazón me latería como lo estaba haciendo mi imaginación. En ese momento, desempolvé mi francés y escribí a la librería para preguntar por su localización exacta y su horario de verano. La respuesta fue inmediata. Y me devolvió a mi tiempo. No existe librería, sino almacén. No hay librero, sino departamento de manipulado. Díganos su número de tarjeta y le mandamos el libro en dos días. Así lo hicieron. Un precioso ejemplar que, en vez de dedicatoria, tiene un exlibris, de un antiguo dueño parisino, lo cual también me sirve para seguir imaginando historias ocultas, peregrinajes por bibliotecas y pasiones compartidas.
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