Mi madre tiene 72 años, es pequeña, multitarea y sabia. Siempre lo he pensado. Tiene la inteligencia de la gente práctica. Mi madre es buen ejemplo de alguien que se ha acercado a las tecnologías cuando ha encontrado en ellas un para qué. Mi madre usa las funciones básicas del móvil, que emplea para tener cerca a su prole de hijos y nietos. No es raro que recibamos mensajes como «kien kome en kasa?», que manda uno por uno, tomándose su tiempo y con cara de gamberra. Mi madre sabe que con las cámaras modernas puede ver en la tele las fotos de nuestros viajes, las actuaciones de sus nietos en la escuela de música o el vídeo de la boda gallega donde se juntó con la familia dispersa. Mi madre conoce Youtube, donde hay de todo, hasta su hijo pequeño tocando el tambor, como estrella invitada de una comparsa soriana. A mi madre le cuesta decir webcam, pero sabe que es lo que hace que su nieta esté cerca de su novio belga. Mi madre no es tonta, pero desconoce muchos de los productos electrónicos que anuncian en su buzón. Pero, eso sí, mi madre sabe que las tecnologías, cuando hacen felices a las personas, son un inventazo.
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